PrematrimonialesCon este título, Celia Zafra impartirá una sesión el próximo viernes 25 de noviembre a las 21 h en San Juan del Hospital, dirigida a novios, matrimonios y cualquier persona interesada en el tema.

En los primeros años de matrimonio concurren los perfiles psicológicos de dos personas distintas; dos biografías personales, dos culturas familiares, dos estilos que hay que ensamblar. No se trata de pedirle al otro que se anule para nosotros. “Si mi marido se anula, ¿qué me queda para amar?”. Al matrimonio no vamos a perder nuestra personalidad, sino a ganar una personalidad nueva, la de la otra persona.

La educación sentimental en los primeros meses y años de vida en común es de vital importancia. Cada cónyuge, como cualquier persona, experimentará mayor sintonía con aquellas maneras de hacer (orden, horarios, secuencias, rutinas familiares, vigencias sociales, normas de educación, modos de estar y modales, disposición de las cosas de la casa, de la mesa, del armario, etc.) propias de su familia de origen, porque en ellas ha educado sus sentimientos. Podrá haber discrepado en mil asuntos con sus padres, pero sus sentimientos han sido modelados por esa biografía familiar previa que ya no puede borrar, y en esos hábitos y rutinas se sentirá más cómodo.

Comentando el capítulo segundo del Génesis sobre la creación, enseña el papa Francisco: “Así era el hombre, le faltaba algo para llegar a su plenitud, le faltaba la reciprocidad”. La imagen de la «costilla» “no expresa en ningún sentido inferioridad o subordinación, sino, al contrario, que hombre y mujer son de la misma sustancia y son complementarios y que tienen también esta reciprocidad. (…) Sugiere también otra cosa: para encontrar a la mujer —y podemos decir para encontrar el amor en la mujer—, el hombre primero tiene que soñarla y luego la encuentra. La confianza de Dios en el hombre y en la mujer, a quienes confía la tierra, es generosa, directa y plena. Se fía de ellos. Pero he aquí que el maligno introduce en su mente la sospecha, la incredulidad, la desconfianza. (…) También nosotros lo percibimos dentro de nosotros muchas veces, todos. El pecado genera desconfianza y división entre el hombre y la mujer”.