Tras una semana con horario reducido, y teniendo en cuenta la restricción de movimientos necesaria para frenar el contagio del COVID-19, hemos decidido cerrar la iglesia temporalmente. Volveremos lo antes posible, cuando las circunstancias mejoren.
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Aprovechamos para hacernos eco de la invitación del cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, a continuar el camino cuaresmal, «un tiempo de silencio, que es especialmente adecuado en este periodo de la pandemia”. Ahora, señaló el 19 de marzo, “mente, corazón y vida centrados en Dios”.
Recordamos también que el Papa Francisco señaló recientemente las condiciones para reconciliarse con Dios en estos tiempos de aislamiento forzoso. «Es muy claro: si no encuentras un sacerdote para confesarte –explicó el Pontífice–, habla con Dios, que es tu Padre, y dile la verdad: ‘Señor, he hecho esto, esto, esto… Perdóname’, y pídele perdón con todo mi corazón, con el Acto de Dolor, y prométele: ‘Me confesaré más tarde, pero perdóname ahora’. Y de inmediato, volverás a la gracia de Dios. Tú mismo puedes acercarte, como nos enseña el Catecismo, al perdón de Dios sin tener un sacerdote a mano. Piensa en ello: ¡es la hora!  Y este es el momento adecuado, el momento oportuno. Un acto de dolor bien hecho, y así nuestra alma se volverá blanca como la nieve».
El Papa Francisco se refiere a los números 1451 y 1452 del Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado por San Juan Pablo II y redactado bajo la guía del entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Joseph Ratzinger. Sobre el tema de la «contrición», el Catecismo, citando al Concilio de Trento, enseña que, entre los actos del penitente, ocupa el primer lugar «el dolor del alma y la reprobación del pecado cometido, acompañado de la intención de no pecar más en el futuro».
«Cuando proviene del amor del Dios amado sobre todas las cosas –continúa el Catecismo– la contrición se llama ‘perfecta’ (contrición de la caridad). Tal contrición perdona los pecados veniales; también obtiene el perdón de los pecados mortales, si implica el firme propósito de recurrir, lo antes posible, a la confesión sacramental». Por lo tanto, mientras se espera recibir la absolución de un sacerdote tan pronto como las circunstancias lo permitan, es posible con este acto ser perdonado inmediatamente. Esto también fue afirmado por el Concilio de Trento, al enseñar que la contrición acompañada de la intención de confesión «reconcilia al hombre con Dios, incluso antes de que este sacramento sea efectivamente recibido».